LOS CUADERNOS DE VLADY

Arnold Belkin

Vlady mira todo. Apunta, esboza, delinea, dibuja, colorea, mancha, borra, emplasta, vuelve a delinear, vuelve a dibujar. Sus dibujos abarcan todo, devoran todo. Sus ojos, grandes de asombro, devoran todo. Su mano dibuja, incesante. Vlady escribe, polemiza, ataca, se contradice, escribe frases brillantes e incomprensibles y las aclara con dibujos al margen. Escribe cartas quijotescas al mundo y las ilustra con dibujos. De todos los artistas que conozco, con la posible excepción de Cuevas, Vlady es el que más dibuja. Dibuja todo lo que encuentra delante de sus ojos. Sus ojos siempre sorprendidos. Pero no nos engañemos: Vlady selecciona, analiza, inventa. Al mirar, al devorar con su mirada, Vlady encuentra el ritmo interior de los cuerpos, el pulso escondido, la elegancia oculta, el color subyacente de la piel.


Encuentra el color secreto de las cosas y lo apunta. Encuentra la piel del agua, las olas del cabello, lo indecible de la intimidad, la erótica secreta, y los registra con una línea de fina pluma. Inventa animales y paisajes, seres humanos y edificios, y los esboza con líneas finas de tinta tan aguada que parecen un vaho que descansa sobre la página.


Como Leonardo da Vinci, Vlady mantiene un registro, una bitácora de todas las cosas que le rodean, que le inquietan. Sus cuadernos están repletos de fragmentos de una vida, como los encuadres de cine, cortados en pedazos, que esperan ser editados algún día para formar el montaje que mostrará toda una época. Estos encuadres, estos fragmentos de imágenes, retratos, personajes, manos, cuerpos, rocas, paisajes, edificios, números telefónicos, apuntes de pensamientos, frases, son la gran película épica de Vlady. No los murales, ni las pinturas cargadas de conocimientos, ni los perfectos aguafuertes, son la verdadera vida, la gran oeuvre del ermitaño, del ser clandestino que es Vlady. Ellos son sólo su cara pública. Porque resguardados en un rincón de su estudio, ocultos e íntimos, como las películas inéditas, están estos 200 cuadernos que conservan en miles de fragmentos las imágenes de una épica: es decir, la vida interior de un artista.




Texto publicado en ocasión de la exposición “Los
cuadernos de Vlady”, en el Museo Universitario del
Chopo, México, 13-19 de mayo de 1985. Incluido en el
libro de Jean-Guy Rens, Vlady de la revolución al
renacimiento, Siglo XXI Editores, México, 2005.


LOS CUADERNOS DE VLADY

David Huerta

Los cuadernos de Vlady configuran una especie de singular carta de navegación del siglo veinte. Como obra artística, como testimonio personal, como documento histórico y aun, en cierta medida, como texto literario, en sus frágiles páginas podemos asistir a una andadura de vida incomparable.


En ella, en esa aventura continua que fueron la vida de Vlady y la de su padre, el gran escritor Victor Serge, el exilio era entendido como una lucha por preservar un puñado de valores, una serie de imágenes que han de salvarse y cuidarse. Son emblemas o signos, esas imágenes y esos valores, de un humanismo nuevo, surgido de las cenizas ardientes de las revoluciones modernas, con su obsesionante cauda destructiva y sus desafíos para la imaginación y para el pensamiento crítico; para Vlady, además, esos signos y emblemas llevan dentro de sí la herencia del Renacimiento europeo y de los artistas renovadores e inventores del arte occidental. Los anarquistas revolucionarios y Caravaggio coexisten y se expresan en el escenario de su mente.


En esos cruces de arte y vocación revolucionaria están cifradas las vidas del hijo pintor y del padre escritor: dos caras de una moneda vertiginosa, las fases de una apuesta radical en la que estos dos hombres formidables pusieron su existencia entera. En la segunda década del siglo veintiuno podemos decir que esa apuesta se la han ganado ambos a las fuerzas de la aniquilación. El clasicismo contrariado, fecundo y original, de Vlady se engarza con el aliento épico y moderno de las novelas de Serge. Los Kibalchich vivieron y siguen viviendo, pues sus obras poseen una poderosa vigencia y mantienen intactos y activos sus poderes intranquilizantes.


Vlady, hijo de un escritor y revolucionario como Serge, no puede ser entendido cabalmente sin éste. Pero Serge necesita del hijo pintor para enseñarle a su obra de escritor y de testigo el camino hacia el final de los sueños y pesadillas de la Revolución, en las postrimerías del siglo que ambos habitaron con tanto denuedo y animaron con tan grandes pasiones. La memoria de Serge y la de Vlady se entrelazan y dialogan, pero no se confunden: aquí está el pintor, allá el escritor. Entonces irrumpen en el horizonte de nuestra atención los extraordinarios cuadernos de Vlady y todo lo problematizan. Es uno de los puntos gravitacionales que permiten distinguir las órbitas de estos protagonistas y creadores de los tiempos modernos.


Allí donde Vlady se separa de Serge, surgen los temas comunes. La vida de los exiliados y su singular nomadismo; las persecuciones del tirano y los accidentes de la pobreza, prueba constante para la fortaleza física e intelectual; los graves dilemas de la lealtad filosófica, política y moral de quienes únicamente cuentan con su mente ante los adversarios: todos esos son puntos de confluencia del escritor y el pintor. Pero de Vlady tenemos, además, estos cuadernos, registro de experiencias de varias décadas. Los cuadernos cifran y desencadenan la originalidad de Vlady y, al transformarlo en él mismo —como Poe en el poema de Mallarmé—, lo emancipan del lazo que lo une con Serge; lo separan nítidamente para que el diálogo con su padre, y con la obra de su padre, sea posible. De poco sirve el psicoanálisis ante estas dos trayectorias que, con toda modestia, juzgo inmunes a los arduos desciframientos del Mago de Viena y de sus esforzados continuadores.


Sí, Vlady se separó, se emancipó de Victor Serge; pero lo hizo para darle mayor coherencia a esas dos vidas. Vlady vivió más años que Serge: en una forma extraña, se transformó en el hermano mayor de su padre; por lo menos así los veo yo, con la perspectiva de un nuevo siglo, no tan diferente, quizá peor que el que ellos vivieron.


Pero ¿por qué los cuadernos tienen esa importancia distintiva para Vlady, para su trabajo artístico y para su pensamiento? Porque lo hicieron el pintor que llegó a ser, uno de los más brillantes de su época, que es también, todavía, la nuestra. En ellos, en esos cientos de cuadernos, Vlady veló y probó sus armas de dibujantes y preparó el terreno para sus grandes cuadros y sus maravillosos grabados; en los cuadernos fue depositando, con paciencia y lucidez, trazos y letras, ideas y bocetos, reflexiones y perspectivas, discusiones y visiones.


Libretas, blocks, álbumes, libros para dibujo, todos ellos objetos de diversas formas y tamaños, de texturas y rasgos físicos diferentes y variados, le sirvieron a Vlady para ejercer continuamente la fuerza delicada de su mano en el acto continuo de la escritura, el registro o la invención de imágenes, la incesante conquista de la inmanencia del mundo que fue recogiendo durante largos años y que tomó la forma de su obra. Fueron esos objetos de papel y cartón, también, las vías para trazar el curso múltiple de su vida y de su trabajo, como si éste fuese un río abundante, generoso y enérgico. En su vida era imposible distinguir entre la vocación ejercida insaciablemente y los latidos y alientos de su propio organismo, de su cuerpo.


Son los cuadernos un laboratorio y el tubo de ensaye, “entrecruzando sus potencias unitivas”, como diría José Lezama Lima. Son un muestrario de la mente de Vlady, de una diversidad y una riqueza mareantes. Son la materia y la forma, en palabras que tomo de Amado Alonso, de los trabajos vladianos. Son caminos y puntos de partida, nunca de llegada: como el eterno inconformista que era, Vlady no quería cerrar los procesos sino dejarlos siempre abiertos. Los cuadernos son eso y muchas cosas más, que solo pueden esbozarse o sugerirse y que exigen un trabajo amplio y profundo. Me atrevo a hacer una comparación radical de esos cuadernos con una de las obras maestras de la literatura moderna: son el Aleph de Vlady, su talismán y el origen de sus variadas energías. Ahí donde los vemos y los tocamos, los cuadernos están siempre en trance de suscitar un despliegue de formas y de materias.


Obras de un destino aparentemente efímero o provisional, se levantan frente a las erosiones del tiempo con la bravura de un trabajo inmenso y perdurable.




Ciudad de México, marzo de 2016