Liuba Rusakova
La madre de Vlady, Liuba Rusákova, nació en Rostov-en-el-Don en 1899, en los confines de Rusia y Ucrania, a orillas del mar de Azov. Es la primera hija de una familia judía. Durante los grandes pogromos de 1905, los fanáticos cosacos de las Centurias Negras destruyeron la casa de la familia. El padre Alexander Ivánovich Rusakov (por su verdadero nombre, Yoselevich) era anarquista por convicción y, por oficio, sombrerero. Defendió a su familia pistola en mano y derribó a varios cosacos. Para Vlady, esa actitud es fuente de orgullo: el abuelo Rusakov es un héroe, si acaso un mártir, en ningún caso una víctima. Perseguido por la policía zarista, Alexander Rusakov optó por exiliarse. Sastre un día, el otro tintorero o marinero, llevó una vida miserable, de puerto en puerto: Hamburgo, Nueva York, Buenos Aires, Barcelona, antes de establecerse en Marsella donde lo sorprendió la Revolución de octubre. Su taller de tintorero era un refugio para los incontables marineros rusos que transitaban por el gran puerto provenzal durante la primera guerra mundial. Su esposa, Olga Grigórievna, era una persona de nervios frágiles, angustiada y presa fácil del pánico. Habían dejado Rusia a instancias de ella, por su miedo a las persecuciones raciales y policiacas. Pertenecía al turbio clan de las víctimas.
Victor Serge conoció a Liuba a bordo del barco que lo llevaba de Dunkerque a Copenhague y de ahí a Helsinki. Una travesía anormalmente larga: 19 días, con cambio de navío en Copenhague. Se trata, en realidad, de un convoy completo: adelante van barcos destructores que deflagran las minas flotantes a cañonazos y, de Copenhague en adelante, un rompehielos que abre un canal entre los hielos del Báltico. Mientras tanto, Victor Serge se traba en afiebradas discusiones con otros exiliados rusos. Ebrios de esperanza, se alejan de esa Europa que se deshace a fuego y sangre a sus espaldas y sueñan con la nueva Rusia que nace “a golpes de voluntad, de lucidez, de implacable amor a los hombres…”
Luego, una asombrosa muchacha de veinte años, con grandes ojos llenos de sonrisa y con una especie de terror apaciguado, venía a buscarnos en cubierta para decirnos que el té estaba listo en la cabina, atiborrada de niños, de un viejo obrero anarquista, más exaltado que nosotros. Llamaba a esa mujer-niña el Pájaro Azul —y fue ella quien me dio la noticia del asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg. Esa escueta alusión a la obra de teatro etérea de Maurice Maeterlink es todo cuanto las memorias de Victor Serge cuentan de su encuentro con Liuba Rusákova. Podemos imaginar que algo tuvo que ver en el encuentro el parecido de sus dos destinos: Victor y Liuba hablaban francés, ambos iban con entusiasmo a descubrir Rusia, la Rusia revolucionaria (Liuba había salido del país a los siete años, Victor no lo conocía). Como sea, tres meses más tarde, Victor y Liuba se casan —unión libre, como es obvio entre dos compañeros revolucionarios. Compañeros, lo son, ya que Victor y Liuba trabajan juntos en una curiosa organización que se acaba de fundar: la III Internacional. Victor tiene el encargo de instalar la primerísima oficina del Ejecutivo. Luego, al crecer la organización, le tocan las relaciones con los socialistas franceses. Liuba trabaja de secretaria de Zinoviev —estudió taquigrafía y dactilografía en Marsella.
Jean-Guy Rens, Vlady. De la revolución al Renacimiento,
Siglo XXI Editores, México, 2006, pp. 43-44.
“Mi madre, una mujer muy guapa de constitución frágil, no aguantó la presión a la que estaba sometida nuestra familia a causa de la actividad política de mi padre. Empezó a tener recurrentes crisis de histeria, de depresión y de llanto. Hablar de ella me causa mucho sufrimiento: perdió la razón cuando yo tenía siete años y, ya muy vieja y lejos de mi, terminó sus días en un manicomio francés.1 Siempre le he tenido un rencor involuntario por haberme abandonado cuando más necesitaba de ella. Con mi padre perseguido político y mi madre encaminada hacia una locura sin regreso, hacia los siete u ocho años, yo me volví un niño retraído y rebelde. Cuando ya no aguantaba la atmósfera de la casa, me ponía a dibujar o salía a la calle. Era capaz de atravesar toda Leningrado completamente solo”.
Vlady. Testimonio recogido por Claudio Albertani.
1 Liuba Rusakova murió en Ex en Provence, Francia, en 1984.