Vlady, los surrealistas y la revolución


Una conversación sobre arte, ética y estética


Frecuenté a Vlady de manera asidua entre 1990 y 2005, año de su muerte. Nos veíamos en su taller de Cuernavaca o en mi casa, en Tepoztlán y platicábamos durante largas horas. Casi siempre yo le preguntaba sobre su padre, el gran escritor y revolucionario Víctor Serge, a quien yo admiraba y sigo admirando profundamente, pero también hablábamos de política, arte, filosofía y de los personajes que había conocido durante su infancia en la Unión Soviética. A veces, la conversación versaba sobre André Breton y los surrealistas que Vlady había frecuentado en París. He aquí la transcripción de una de nuestras conversaciones:


Claudio Albertani. Encontraste los surrealistas a finales de los treinta. ¿Qué impresión te causaron?

Vlady. Mi actitud fue un poco visceral. Yo era un adolescente impetuoso, hijo de un revolucionario exiliado y todavía no me sentía propiamente un pintor. Mi identidad estaba por definirse; las frecuentaciones revolucionarias adquiridas gracias a mi padre y la propia experiencia en la Unión Soviética me proporcionaron un carácter y una manera de ser: no aceptar que la vida esté hecha de una vez por todas. Comprendí que, por una cuestión de salud mental, aunque te vaya bien, inclusive económicamente, siempre hay que pensar con los indigentes y rechazar la indiferencia. Si bien me atraía su actividad artística, confieso que los surrealistas me parecían un poco frívolos.

C.A. Algunos años antes de que ustedes llegaran a París, hubo una famosa polémica entre André Bretón y Antonin Artaud acerca del sentido del arte. ¿Tenía que estar el surrealismo al servicio de la revolución, como decía Bretón, o bien, como creía Artaud, la revolución debía de ponerse al servicio del arte?

Vlady. Las palabras servicio y servidumbre me molestan. No tenemos ninguna obligación de comprar esta polémica. También se habló de arte y literatura proletaria. En esta época se dijeron muchas idioteces. Entre salvar del fuego a la Gioconda y a un camarada herido ¿que escogerías? Yo no se que contestar. Lo que debería decir es la Gioconda, salvar la eternidad del espíritu. Pero, ¿por qué me la ponen tan difícil? Toda la vida es un deambular y buscar salida del laberinto con un filo de Ariadna invisible que es el itinerario hacia sí mismos. Yo tenía muy buenos ejemplos. Venía de los bolcheviques que eran mártires. Tenía como referencia la ecuanimidad de mi padre, su moderación y gran limpieza, su trabajar cotidiano. Pero también tenía frente a mi los asesinos y los asesinados, los procesos de Moscú, la patética defensa de Bujarin. En fin todo aquello fue terrible. Yo no me daba cuenta, pero desde niño, para mi el arte fue una evasión, una fuga. Y todavía hoy lo es. Siempre he tenido esta mentalidad: el arte me sirve para apartarme. Cuando pinto, rehúyo de estos problemas. Creo que la estética es superior a la ética por ser extemporánea. El juego de las formas, el sentimiento y la percepción finalmente esto es lo que queda, lo que va más allá del tiempo.

C.A. Lo que dices, me parece, va muy de acuerdo con los surrealistas y también con Nietzsche, otro pensador que antepuso la estética a la ética.

Vlady. Bueno, me temo que nos vamos a encontrar cada vez más con estas coincidencias. Después de haberlo rechazado toda la vida, creo ser profundamente surrealista. Se podría decir que hay una convergencia temática: el discurso del inconsciente. Ahora, donde no soy surrealista es que obedezco y soy de un gran rigor con los materiales. Un surrealista puede hacer un cuadro con botones o con cerillos. Esto no es pintura. Puede ser arte plástico, no digo que no. Yo también lo hice, pero, definitivamente, no es pintura. Yo diría que no hay un clásico sin los rigores del oficio. Mi rigor es el regreso a la pintura absoluta.

C.A. ¿Siempre has tenido esta idea de la pintura clásica o es reciente?

Vlady. Es una pregunta a la que no puedo contestar de manera precisa. Por las visitas al Hermitage y después al Louvre, diría que mi formación es clásica, aunque me he apartado mucho de esto, influido por la época y mis propias vivencias.

C.A. Quiero regresar a la pregunta inicial. En ese tiempo, ¿privilegiabas el arte o la revolución?

Vlady. Esto está muy claro. Yo vivía entre los locales de los revolucionarios. Trabajaba con el POUM, era un militante. El arte, lo repito, era una fuga. Estas fugas ocupaban todas las horas libres; cuando podía, iba de galería en galería, hacía apuntes, visitaba museos. Sin embargo eran fugas. En este entonces yo no sabía que iba a ser pintor. Es lo que he entendido con el tiempo. El talento no es más que una forma de sacrificarlo todo en beneficio de una obsesión.

C.A. Entonces, ¿cuándo te diste cuenta de que querías ser pintor?

Vlady. Digamos que conscientemente yo era un militante. Pero ahí están los cuadernos que empecé a llenar desde los ocho años. Tal vez la cuestión es definir si prevalece la ética o la estética. Esto es muy difícil de determinar.

C.A. Yo creo que en todos nosotros existen los dos polos. Algunos pensadores como Marx y Lenin privilegian la ética, otros como Nietzsche, la estética. En Víctor Serge hay un equilibrio o tal vez una tensión. El revolucionario no le gana al literato, obsesionado por la elegancia verbal.

Vlady. El polo estético permite que uno soporte la soledad.

C.A. Sin embargo ahí está el caso de militantes obscuros que se mantuvieron por así decirlo, a pura ética. Y en la cárcel. Supieron mantener su integridad psíquica, con el solo auxilio de sus convicciones revolucionarias.

Vlady. En este caso, diría que la ética se transforma en estética. La vida de esta gente se puede ver como una obra de arte.

C.A. Esto me recuerda a los dadaístas. Arrancando de otras premisas, ellos también hablaron de la necesidad de convertir la vida en obra de arte.

Vlady. Independientemente de todos ellos, yo creo que la dimensión estética es revolucionaria per se, en cuanto es la constante transformación de los sentidos en otros. Es revolucionaria porque cada escritor o pintor o músico revoluciona, encuentra algo nuevo a añadir a las sensaciones del alma.

C.A. Lo que objetaría un militante es que el arte queda como un acto individual. En cambio, la acción incluye a la colectividad: clase, partido u otra entidad.

Vlady. No estoy de acuerdo. Cuando tú mismo te transformas, influyes en tu entorno. Ahí está el nexo con lo colectivo. No creo que exista un dualismo al que podamos suscribir. Yo, por lo menos, no lo quiero aceptar.


Claudio Albertani

mayo de 2001