Wifredo Lam

Wifredo Lam (Sagua la Grande, Cuba, 1902 – París, 1982). Pintor surrealista de origen cubano, hijo de un emigrante chino y de una mulata. Tras descubrir una temprana vocación por el arte, en 1923, recibió una beca para estudiar en España donde se quedó quince años estudiando la pintura clásica en los museos y entrando en contacto con los movimientos del arte moderno. En 1931, murieron de tuberculosis su primera mujer Sébastiana Piriz y su hijo Wilfredo. Cercano a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, el sindicato anarcosindicalista), durante la guerra civil dibujó carteles antifascistas, fue director de una fábrica de municiones y pintó una de sus mejores obras, La Guerra Civil. En 1938, dejó España por París donde se hizo amigo de Picasso y de los pintores, poetas y críticos de arte del medio vanguardista. Poco antes de la llegada de los alemanes, salió de París hacia Burdeos y luego Marsella, dónde los surrealistas se agruparon alrededor de André Breton en la villa Air-Bel. En enero y febrero de 1941, ilustró el poema de Breton Fata Morgana, publicado en un tiraje de cinco ejemplares por ediciones del Sagitario y luego censurado por el gobierno de Vichy. El 25 de marzo, Lam y su nueva compañera, Helena Holzer, se embarcaron en el buque Capitaine Paul Lemerle con destino a la Martinica, junto a Victor Serge, Vlady, Breton y Jacqueline Lamba. Tras ser detenido y luego liberado, Lam encontró a Aimé Césaire el poeta de la negritud, quien lo apodaría el gran artista de la pintura neo-africana. El 16 de mayo, los Lam se embarcaron en el carguero Presidente Trujillo con rumbo Santo Domingo, lugar de escala para obtener visados. Ahí, el cubano encontrará al pintor, periodista y militante del POUM, Eugenio Granell, quien lo entrevistó para el periódico La Nación.

He aquí los recuerdos de Vlady sobre Lam, recopilados por Claudio Albertani:

Dibuje a Wifredo Lam, el pintor cubano, en el barco cuando huíamos de Europa. Lo había conocido en París. Era mulato, alto, elegante y espigado; parecía un marajá de la India. Como todos los cubanos, era buen conversador y excelente bailarín. Era parte del grupo surrealista que yo frecuentaba de manera irregular e incluso con un poco de hostilidad, porque, confieso, me parecían un poco frívolos. Ellos se encontraban en el café Le Dôme, que todavía existe en Montparnasse. Yo pasaba por allá a menudo y de pronto me quedaba un rato. Los surrealistas experimentaban todas las formas más avanzadas de rompimiento con la mentalidad y la cultura burguesa. Bretón pontificaba y emitía juicios rudos sobre todo el mundo. Por ejemplo cuando alguien le caía mal le disparaba la terrible frase: querido amigo, usted no tiene talento lo cual es lo peor que le puedan decir a un artista. El sicoanálisis, la sinceridad y la crueldad estaban al orden del día, sin embargo, en aquella época los surrealistas me parecieron tigres de salón. Yo hacía trabajo político y ellos, sofisticados y un tanto vacíos, no cabían en la cabeza de un joven con mentalidad ascética que venía de los medios bolcheviques exiliados de Rusia. Años después, suavizaría aquellos juicios apresurados, pero confieso conservar hacia los surrealistas algo de mi antipatía originaria. Lam sin embargo me caía bien. Era diferente; más simpático y más humano. Tal vez, su naturaleza tropical lo hacía menos solemne que los demás. Me acerqué a él de varios años mayor, porqué era pintor y la pintura en aquel entonces ya era la razón principal de mi vida. Por él me enteré de muchas cosas. A Lam le ayudó mucho Picasso: le rentó un estudio y le abrió una cuenta en Castelluccio, una tienda en Montparnasse en la que se surtían los pintores famosos. Me impresionaba que, a pesar de que no le faltaban recursos, Lam pintaba sobre papel y con temperas. Un día pasé por Le Dôms y Lam estaba conversando con Picasso.

Me acerqué y le dije:

-Mira esto.

Era el suplemento de un periódico venezolano con la foto de un cuadro de un pintor mexicano que se había copiado un tema de Picasso. Éste eludió el tema. El propio Lam solía decir que Picasso le había copiado a su forma de pintar, lo cual no es difícil de creer por que Picasso le copió a todo el mundo.

Lam gustaba hablar de política: la guerra en España, el comunismo, el fascismo, en fin los temas de la época. Hablaba mucho y de manera muy eufórica y teorizante. También hablaba de arte. Recuerdo discusiones muy interesantes sobre como la revolución francesa había influido en la pintura. El decía que el impresionismo era el efecto de la revolución francesa. Sin embargo, veía a la pintura no en su dimensión histórica, sino en su carácter inmanente que revolucionaba la mirada, el concepto del cuadro. Esto me llamaba la atención porque yo era un frecuentador consuetudinario del Louvre. Lo hacía casi como un deber, diario pasaba por ahí, entraba tal vez solo quince minutos pero no fallaba. A veces, Lam gustosamente me acompañaba y me explicaba sus ideas. En fin, Lam fue alguien importante para mi. Lo curioso es que en el barco, empezó a transformarse. Hacía mucho frío y su mujer lo tenía que cubrir con gruesas cobijas. Dibujaba todo el día en un cuaderno de niños y, contrariamente a su manera de ser habitual, hablaba poco. Conforme pasaban los días, se fue haciendo más enjuto y malhumorado. Me dio la impresión de que, llegando a América aquel hombre brillante se estaba convirtiendo en un ser ordinario. Más tarde, cuando conocí Cuba, me di cuenta de que lo banal en América era distinguido y diferente en París.



textos vlady
Vlady, Wifredo Lam, 1941, tinta sobre papel, 32 x 40 cm.